Representación del Calendário Litúrgico en la Baja Edad Media  

 

Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias «González Martí»
Grupo de investigación APES

El tiempo es un concepto difícil de definir, por ello, su división en periodos ha sido uno de los problemas constantes del hombre. Solamente puede ser comprendido al delimitarlo por aspectos o sucesos físicos y reales, con un antes y un después, o, más concretamente, a partir del sentimiento humano de la historia.1 Las grandes culturas de la humanidad han creado diferentes formas de medir el tiempo utilizando aquellos elementos inmutables y cíclicos de la naturaleza, principalmente el ciclo agrario y el estudio astronómico.2 Éstos sirvieron como hitos dentro de la historia de un pueblo para mostrar diferentes etapas: el mundo fue realizado en seis días y en el séptimo Dios descansó; los griegos diferenciaban entre el tiempo de los dioses y el de los humanos y las olimpíadas se utilizaron como elemento de referencia temporal; la cultura maya marcaba la evolución del mundo con tunes y katunes, o los romanos con los idus y nonas, etc., y, en general, todos ellos se sirvieron de la astronomía como medio inmutable de división temporal [Fig. 1]. Así, de la misma manera, las grandes religiones determinaron su evolución a partir de significativos acontecimientos: la hégira de Mahoma para distinguir la  época de la oscuridad de la de la revelación, o el nacimiento de Cristo como límite entre el Antiguo Testamento (la ley antigua) y el Nuevo Testamento (la ley nueva).
1. A pesar de la importancia del tiempo, hasta el siglo XIX no hubo una concepción unificada, y se llegó a ella gracias a la revolución industrial, y concretamente a la de los transportes, por la necesidad de unos horários e indicadores de ferrocarriles. Se difundió la era del minuto, el segundo y los cronómetros. Uno de los primeros testigos de la importancia del tiempo unificado es la novela La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne, datada en 1873. Le Goff, Jacques. Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval. Madrid: Taurus, 1983, p. 71.
2. Es posible encontrar en las Etimologías de san Isidoro de Sevilla una de las primeras definiciones de calendario: «Kalendaria appellantur, quae in menses singulos digeruntur » (Etimologías, I, 44, 2). LEMAÎTRE, Jean-Loup. «Martyrologes et calendriers dans les manuscrits latins», En LEGENDRE, O. y LEBIGUE , J. B. Les manuscripts liturgiques, cycle thématique 2003-2004. Paris: IRHT, 2005 (sin paginar).
La religión cristiana, como en tantos otros aspectos, adoptó de la civilización romana el sistema de cómputo del tiempo, que estaba definido por la naturaleza, es decir, principalmente por la astrología (equinoccios, solsticios, sol y luna, y las estrellas). Fue la herramienta para conocer el paso de las horas, días, meses, estaciones y años. En mosaicos de época romana ya hay alegorias de los meses y estaciones del año a partir de las diferentes tareas agrícolas. En épocas posteriores hay incluso calendarios donde se identifican las representaciones de los signos del Zodíaco3 con las ocupaciones rurales que se realizan en esos meses, acompañado por las figuras simbólicas del sol, la luna, las estaciones y un personaje masculino en el centro que lo domina todo lo que en época cristiana se identificará con Cristo como señor del Universo [Fig. 2].

meister_der_fuldaer_schule_-_kalendertafel_ausschnitt
Hoja del calendario de Fulda

3. El Zodíaco se define como el cinturón imaginario que describe el Sol sobre la bóveda celestial, a 8° aproximadamente a un lado y otro de la eclíptica. Al principio, la anchura del Zodíaco se determinó incluyendo las órbitas del Sol, la Luna y los cinco planetas conocidos por los pueblos de la Antigüedad (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno). El Zodíaco se divide en 12 secciones de 30° cada una, a las que denominamos signos del Zodíaco. Comienza en el equinoccio de primavera, es decir, por la constelación (signo) de Aries, y continúa hacia el este a lo largo de la eclíptica, hasta la constelación (signo) de Piscis.
Con estos precedentes y conocimientos de época antigua, el cristianismo, en su intento de definir y marcar la vida del ser humano, asoció los diferentes momentos del año solar de época romana con los momentos más significativos de la vida de Cristo: el nacimiento de Cristo coincide con el solstício de invierno; la Pasión de Cristo, con el equinoccio de primavera; los doce signos del Zodíaco se asociaron a los doce apóstoles o a los doce profetas, e incluso se aceptaba la representación de estos signos zodiacales en relación con el bautismo y el destino del hombre, por ejemplo. El tiempo de la Biblia y el de la religión cristiana primitiva es principalmente teológico, es decir, comienza y está dominado por Dios: Dios creó el mundo y Él vendrá al final de los tiempos. Y con el año solar empleado por el cristianismo sucede lo mismo, puesto que el año litúrgico comienza con el nacimiento de Cristo (Natividad) y está dominado por su llegada a la tierra: Cuaresma, Pascua, Semana Santa y Adviento. Es muy significativo que el nacimiento de Cristo se feche el 25 de diciembre, cerca del solsticio de invierno, la jornada más corta del año y el momento en que se da comienzo a una nueva etapa.
La palabra calendario procede del latín calendarium, y se define por el sistema de cómputo del tiempo en días, semanas, meses y años, ligado de manera más o menos estricta a la revolución de la Tierra alrededor del Sol o de la Luna alrededor de la Tierra.4 Mientras, el calendario litúrgico o eclesiástico se ordena a partir del primer domingo de Adviento, y se determina mediante un conjunto de cálculos basados en las reglas emanadas del Concilio de Nicea del 325. El calendário litúrgico surge de la necesidad de ordenar a partir de los acontecimientos religiosos más importantes del cristianismo el tiempo del hombre, facilitando primero a los eclesiásticos la conmemoración de las fiestas y devociones y, en segundo lugar, a los fieles, la práctica de la fe. La formación del año litúrgico tal y como lo conocemos hoy surge de una evolución que se produce entre los siglos I y IV. Al principio, el inicio del año litúrgico se conmemoraba el 25 de marzo, día de la Encarnación de Cristo, coincidiendo precisamente con el equinoccio de primavera. El primer ciclo de fiestas que se comenzó a celebrar fue el de la Pasión de Cristo, su muerte y resurrección, es decir, la Pascua Crucifixionis y la Pascua Resurrectionis, y durante los siglos II y IV se añadió el periodo de Cuaresma (de preparación de laPascua) y el de Pentecostés (posterior a la Pascua). Durante el siglo IV se conformó el segundo ciclo anual, el tiempo de Navidad, periodo al que pertenecen el tiempo de Adviento (preparación), Navidad (nacimiento de Cristo) y Epifanía (posterior al nacimiento de Cristo). Así, a partir del siglo IV el año litúrgico quedará definido a partir de dos etapas, una fija, el tiempo de Navidad (25 de diciembre), y una móvil, el tiempo de Pascua.5 Y el año litúrgico se iniciará con el Nacimiento de Cristo el 25 de diciembre, tal y como hoy lo conocemos. Y todas ellas, además, se caracterizan por celebrar significativas fiestas que permitían la participación de los laicos en la vida de la Iglesia; durante el tiempo de Navidad destacan san Esteban, los santos Inocentes, la circuncisión de Cristo o la purificación de la Virgen, y durante el tiempo de Pascua: la Ascensión de Cristo, la Trinidad, la Asunción de la Virgen o el Corpus Christi.
4. También es posible definirlo como el registro de los días del año, generalmente agrupados por meses y semanas, con la correspondencia entre las fechas y los días de la semana, necesario para la vida civil. Las divisiones del calendario están basadas en los movimientos del Sol, la Tierra y la Luna en la esfera celeste. Como es sabido, un día es el tiempo medio que emplea la Tierra para girar sobre su eje, y el año, la rotación de la Tierra alrededor del Sol.
5. El año litúrgico, además, se caracterizará por cierta libertad, puesto que ya durante la Alta Edad Media se aprecia la independencia de los obispos y monjes por adaptar a su uso ciertas conmemoraciones del santoral o devociones. Antes de la fijación actual del calendario, llamado gregoriano, el hombre ha utilizado diferentes sistemas de medición del tiempo. Por ejemplo, en la Antigüedad el mes se medía por el mes lunar o sinódico, basado en los meses de la Luna, el cual daba lugar al año lunar de 354 días y permitía ajustar los doce meses del año solar. El origen de los signos del Zodíaco se sitúa en Mesopotamia, hacia el año 2000 antes de Cristo. Los mesopotâmicos emplearon el calendario lunar y los egipcios fueron los primeros en adoptar el calendario solar de 365 días, divididos en 12 meses de 30 días cada uno, con cinco días extras al final, y el rey Tolomeo III incorporo un día más cada cuatro años (bisiesto). En cambio, en Grecia se empleó el calendario lunisolar, y los romanos, tras el empleo de un complejo calendario, a partir de Julio César (45 a. de C.), retomaron el uso del calendario solar, conocido como juliano, muy similar al actual. Los egipcios o los chinos asignaron nombres y símbolos diferentes a las divisiones del Zodíaco, por ejemplo, los chinos denominan los doce signos del Zodíaco como: rata, buey, tigre, dragón, serpiente, caballo, oveja, mono, gallina, perro y cerdo.
En el Concilio de Nicea (325 d. de C.), el papa Gregorio XIII estableció el uso del calendario gregoriano, basado y perfeccionando el juliano, que es el que se utiliza actualmente. También se le conoce como calendario cristiano, puesto que el Nacimiento de Cristo se empleó como punto de partida e hito para marcar la división en dos etapas en la historia del hombre: antes de Cristo y después de Cristo.
En el presente estudio no es posible estudiar la evolución de las representaciones más significativas del tiempo litúrgico, es decir, de las escenas de la Natividad, la Epifanía, la Pascua, la Resurrección o Pentecostés, principalmente, pero sí indicar la escasa relación formal entre las escenas de la vida de Cristo, que conforman principalmente las ilustraciones del calendario litúrgico, y las del calendario profano. Todas ellas tienen en común la voluntad de ordenar el cómputo del tiempo y se encuentran juntas con bastante frecuencia en los mismos manuscritos medievales, como son los libros de horas y breviarios. Como resultado de la cristianización del tiempo romano es posible apuntar algunos detalles que relacionan el calendário profano con aspectos de la religión cristiana. Por ejemplo, el signo zodiacal de Aries se ha relacionado con el Agnus Dei, Virgo con la Virgen Maria y un largo etcétera de imágenes femeninas de la antigüedad, Géminis como dos bienaventurados, quizás los hermanos Facundo y Primitivo, Libra como la encarnación de la Justicia, el agua de la gracia con Acuario, los cristianos con los dos peces entrelazados de Piscis, o los signos de Capricornio y Sagitario con seres diabólicos,6 representaciones secundarias dentro de la espiritualidad cristiana y alejadas formal e iconográficamente de las principales escenas de la vida de Cristo o la Virgen.
6. Una investigación muy significativa de la relación entre signos zodiacales y representaciones cristianas es la interpretación de Serafín Moralejo del programa decorativo de la portada del Cordero de la basílica de San Isidoro de León, donde el nacimiento del cristiano se integra en el orden de la gracia, sustituyendo así al destino. Por ejemplo, la figura que vierte agua sobre dos peces, signo de Acuario, es el nuevo pueblo cristiano unificado por el sacramento del Bautismo, Cáncer se asocia con la avaricia, el diablo tienta al hombre en los meses de Capricornio y Sagitario, o Leo, con el «León de Judá», prefiguración de Cristo, su Pasión y Muerte. MORALEJO, Serafín. «Pour l´interpretation iconographique du portail de l´Agneau à Saint-Isidore de León: les signes du zodiaque». Cahiers de Saint Michel de Cuxà, n.º 8, 1977, pp. 137-173.