martes, 30 de junio de 2015

Los roles de género en la Astrología. Por Mila Domingo.







 

Los roles de género en la Astrología

Con ocasión del Día Internacional de la Mujer, merece la pena reflexionar sobre la identificación de los arquetipos femeninos y masculinos en la carta astral, porque tiene unas consecuencias a la hora de entendernos a nosotr@s mism@s a través del mapa natal, que al fin y al cabo es de lo que se trata.
Habitualmente encontraréis en los manuales astrológicos interpretaciones distintas para los símbolos que se asocian más directamente al género (el Sol y Marte al masculino y la Luna y Venus al femenino), según estemos interpretando la carta de una mujer o la de un hombre. Así, si la carta pertenece a un varón, el Sol hace referencia al padre pero también a la idiosincrasia personal del nativo, mientras que si se trata de una mujer, los manuales suelen explicar que el Sol describe a un varón importante en su vida, que puede ser el padre o el marido. En cuanto a la Luna, en las cartas de ambos géneros se asocia a la madre, pero así como en la carta de una mujer también se vincula estrechamente con el cuerpo e identidad de ésta, en la carta perteneciente al varón se dice que la Luna representa a su esposa o cómo el nativo se relaciona con el arquetipo femenino -las mujeres en general-. Siguiendo con este tratamiento habitual, el Sol siempre va a representar al padre y la Luna a la madre. Explicaciones similares y paralelas suelen establecerse con Venus (arquetipo femenino: capacidad de seducción, belleza) y Marte (arquetipo masculino: competitividad, actividad física, rudeza estética), según se trate de carta astral natal de varón o de mujer.
Así, se establece una correspondencia entre masculino-varón y femenino-hembra, cuando masculino y femenino en una carta astral debería hacer referencia, principalmente, a la polaridad presente en todo psiquismo, corresponda a un nativo hombre o mujer.
Llegados a este punto, nos podemos preguntar si este reparto es equilibrado y equitativo o tiene algo de injusto o perjudicial para alguna de las partes o para ambas. Podremos decidirlo si sabemos en qué consiste cada símbolo planetario.
El Sol y la Luna son el par primordial, los “reyes de la carta”. Su estado cósmico es esencial para determinar la vitalidad (Sol), la salud (Luna y Sol) y el funcionamiento del cuerpo físico (Luna) en la carta astral natal. Pero veamos más detenidamente su composición esencial, la que determina su naturaleza.
Las cuatro cualidades primitivas son el germen simbólico de toda la Astrología. El calor y el frío son cualidades masculinas o generadoras, siendo el frío menos masculino que el calor. La sequedad y la humedad son cualidades femeninas, siendo la humedad la más femenina de las dos. Para originar los símbolos astrológicos (tanto planetas como signos), las cualidades primitivas se organizan en pares masculino-femenino y sólo pueden dar lugar a cuatro combinaciones que resultan en elementos: Fuego (par calor-sequedad), Tierra (par frío-sequedad), Aire (par calor-humedad) y Agua (par frío-humedad).
El Sol es una combinación de calor y sequedad, predominando el calor sobre la sequedad. Estas mismas cualidades constituyen a Marte, pero en el planeta de la competición, la sequedad es mucho mayor que el calor; esta descompensación tan marcada es la que identifica el planeta como extremista y por lo tanto, inarmónico. Como precisamente la sequedad es una de las cualidades que se oponen a la vida, Marte es también un planeta maléfico (en la terminología de la Astrología tradicional o clásica). La mayor proporción de calor en el Sol hace que principalmente manifieste su idiosincrasia por irradiación (calor), no por imposición (sequedad); es visible y fácilmente identificable. La influencia de la sequedad en Marte es irritante y conduce al egoísmo. Así, Sol y Marte están compuestos de los mismos ingredientes pero en distinta proporción y por ello su funcionamiento y significados son distintos.
La Luna está compuesta por frío y humedad, siendo la humedad mayor que el frío. La Luna simboliza primordialmente la relación simbiótica, cuyas representaciones más personales son la gestación y la maternidad; en global, hablamos de vinculación y empatía. Las mismas cualidades conforman Venus, pero en proporción equilibrada y por ello es planeta de armonía y equilibrio; por esto mismo, se identifica a Venus como benéfico. La influencia venusina es suavizante, calmante.
Este reparto de cualidades primitivas identifica estos cuatro planetas de muy diferente manera:
En cuanto al Sol y Marte:
  • El calor tiene que ver con la actividad visible, sonora, orientada hacia el exterior y la actividad física.
  • El calor es luz y por lo tanto representa la consciencia, el día y la vida pública, social.
  • La sequedad determina falta de adaptabilidad, dureza, perfiles. Es la cualidad que proporciona límites y por ello, forma e identidad. Ingrediente fundamental de la función egoica.
  • La combinación de calor y sequedad simbolizan la individualidad, la identidad, la autonomía y la independencia. También representan autoridad, sobre todo en el caso del Sol; en el de Marte, afán de dominio (mayor proporción de sequedad).
En cuanto a la Luna y Venus:
  • El frío se vincula a la actividad “invisible”, es decir, a la reflexión, la receptividad, el silencio, la escucha, la pasividad en cuanto a la acción física.
  • El frío es ausencia de luz y por ello representa la noche, la esfera privada e íntima; también la inconsciencia.
  • La humedad determina flexibilidad, blandura. Facilita la adaptación precisamente porque no tiene forma, pero por ello tampoco tiene identidad. Función anti egoica o, por decirlo mejor, la humedad es el ingrediente fundamental de la empatía. Por ello, la función de la madre arquetípica es, gracias a su humedad, olvidarse de sí misma para ofrecerse al bebé. De la misma manera, el bebé no tiene forma-identidad propia todavía (exceptuando algunas leves semejanzas con sus familiares, todos los bebés se parecen entre ellos) y por lo tanto en su escasa consciencia (calor) se funde con la madre. Esta primera experiencia en la vida determina la capacidad empática futura del adulto.
  • La combinación de frío y humedad simboliza la falta de individualidad: por un lado, la vinculación simbiótica o dependiente; por otro, el público, la masa de seres indiferenciados que reacciona emotivamente al unísono.
Tenemos así que la asignación identitaria del Sol y Marte al hombre explicaría una función social pública y visible (calor), activa (calor-sequedad) y definida (sequedad). Mientras, la Luna y Venus se asignan a la mujer -como constituyentes de identidad- pero precisamente el frío significa ocultación; la humedad, ausencia de identidad (del “yo”) porque lo húmedo no tiene forma. Mientras que el Sol y Marte se caracterizan por tener una identidad definida y están orientados a la autonomía, la Luna y Venus (sobre todo la Luna) no se caracterizan por la definición de límites, identidades o competencias, sino por la adaptabilidad y fusión con otros cuerpos, de lo que se deriva su “dependencia” o falta de autonomía. Todas estas funciones son necesarias en la vida para todos los seres humanos, desde la búsqueda de la autonomía hasta los ámbitos o relaciones de la vida que debemos respetar como dependientes. Si en toda carta aparecen todos estos símbolos, entonces, ¿por qué atribuir el Sol y Marte a los hombres y la Luna y Venus a las mujeres? Recordemos que mediante la carta no se puede establecer (que yo sepa) el sexo del nativo o nativa, pero sí su grado de masculinidad o feminidad.
Siempre hablando en general (estereotipos), estas atribuciones identifican a los hombres como naturalmente egoístas (Marte), activos y participativos en la vida pública (Sol-Marte), competitivos (Marte), ambiciosos y orientados al logro (Sol-Marte). De las mujeres, se dice que tienden a ser -o deberían ser- dulces (Venus), guapas y preocupadas por su aspecto físico (la belleza venusina), seductoras (Venus), pacíficas (Venus-Luna), sensibles (Venus-Luna), cuidadoras (Luna) y, hasta cierto punto, las “reinas” de la esfera privada (Luna). Que los hombres “actúan” en pos de sus objetivos personales (calor y sequedad) y las mujeres están -o deben estar- disponibles para los demás (frío y humedad). En general, el estereotipo masculino es maduro y constante, fiable en su temperamento y racional o razonable (el Sol es un símbolo esencial que no cambia de forma; la sequedad es un ingrediente de la racionalidad). Mientras, el estereotipo femenino se define muchas veces con volubilidad, capricho y una fuerte emotividad que lleva a la falta de racionalidad; en síntesis, inmadurez (la Luna es la señora de los cambios porque cambia de forma a lo largo de su ciclo; también representa la primera infancia). Es la clásica histeria o neurosis femenina que se tiende a sospechar cuando una mujer hace alguna reivindicación; el hombre protesta, la mujer se queja. Precisamente con la reciente reforma de la Ley del Aborto, ha vuelto el debate sobre la autonomía de la mujer en relación a su cuerpo y maternidad (ámbitos lunares), que por esta ley ha pasado de ser una decisión propia como ser humano adulto y autónomo a una decisión tutelada (por el facultativo o juez de turno), lo que la devuelve a un estatus de ser inmaduro o irresponsable (Luna). Todo un “avance” para este siglo XXI.
Vemos que, efectivamente, es un reparto injusto y desigual de ingredientes planetarios que existen en realidad en cualquier carta, sea de hombre o mujer. Cuando un hombre o una mujer se sale de este guión para ocupar el otro, puede haber “problemas” en su entorno social, sobre todo cuando es la mujer la que manifiesta las características masculinas. Nos encontramos en la vida real y personal, que los seres humanos manifiestan una idiosincrasia muy variada independientemente de su género. Pero por convención social, si las características son opuestas al estereotipo oficial de género, esas tendencias han de ser suavizadas o compensadas externamente de alguna manera, como enviando el “mensaje” de que en realidad el objetivo no es la transgresión del orden social porque ésta tendría como consecuencia la marginación del grupo.
La función materna y de cuidados (Luna) no puede definir lo que es una mujer, o la “cantidad” de mujer que es, porque en la cuestión materna, hay mujeres que no son madres porque no pueden o porque no quieren. Si un ser humano “es” en relación a su función, entonces estamos estableciendo categorías de seres humanos en relación a esas funciones, algo que inmediatamente vemos poco razonable e incluso injusto si lo extrapolamos a cualquier otra discusión que no gire en torno al género. Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sólo hay una categoría, la humana. Un ser humano “es” sólo en razón de su nacimiento. Si vemos que este principio resulta muy frágil, defendámoslo.
Además, deberíamos empezar a sospechar de las justificaciones científicas de las divergencias cognitivas, conductuales y biológicas entre hombres y mujeres y a fijarnos en cómo la sociedad nos construye desde una ideología interesada en que las diferencias entre géneros debiliten a la mitad de la población. Desde esta posición de debilidad (una menor autonomía y capacidad para hacer oír la propia voz), las mujeres cargan con las tareas de cuidados (Luna) familiares, un arduo y valiosísimo trabajo, convenientemente invisibilizado (cualidad lunar de frío) que al Estado le sale gratis. Cada 8 de marzo tratamos de recordarle esto al mundo.
En Astrología sabemos que las funciones planetarias que no asumamos de nuestra carta van a ser manifestadas, “ejercidas”, representadas igualmente por otras personas. Si yo, mujer u hombre, no asumo mi Sol, surgirá alguien en mi vida que lo representará por mí, lo que significa que mi brillo y autoridad solar lo representará otra persona y yo me veré privada de ello. Por otra parte, un hombre que no “viva” su Luna la proyectará en otras personas. En realidad, cualquier persona que no asuma su Luna tendrá problemas para empatizar y vincularse de manera íntima; más grave todavía si esa persona (hombre o mujer) tiene hijos, porque no tolerará con agrado la presencia de personas dependientes en su vida, como son los seres humanos en la infancia (Luna). Pero más allá de las dificultades personales a la hora de identificarnos con un arquetipo, si mi contexto social lo fuerza, como mujer yo podría verme “inducida” a renunciar a una cierta cuota de mis propios Sol y Marte para estar mejor integrada, al tiempo que sería apropiado para mi sexo que fomentara mi Luna y mi Venus. Y viceversa en el caso de un hombre. No suena muy justo, ¿verdad? Y tampoco racional. Pues desde el punto de vista de la integridad personal, tampoco es saludable. Lo he visto muchas veces en cartas astrales contrastadas.
Es una cuestión de individuos, no de géneros. Desde mi perspectiva astrológica, la ternura, la empatía, la inteligencia, la racionalidad o la intuición, la emotividad o la frialdad, la ambición profesional, la competitividad, la autoridad, la agresividad, el deseo de brillar o de permanecer en un segundo plano, la eficacia, el orden, el detallismo, el equilibrio o la inestabilidad emocional, no son en absoluto características distribuibles por géneros. Si nos empeñamos en hacerlo incurrimos en sexismo, de la misma manera que atribuir diferencias cognitivas, conductuales y biológicas diferentes entre seres humanos de distintas etnias, es racismo. La Astrología es un conocimiento sagrado. No debemos hacer uso de ella de manera que fomentemos el sexismo haciendo unas atribuciones por razón de género o sexo, haciendo una lectura sesgada de la carta astral natal. La interpretación astrológica ha de ser integradora, respetando la complejidad de un ser humano completo. Somos muy aficionad@s a las “etiquetas”. Al menos, démonos cuenta de cuándo estamos poniendo alguna.




 http://www.astroglifos.com/2014/03/los-roles-de-genero-en-la-astrologia/#more-4908




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